30 de junio de 2008

Penumbra



Estando en una sala de la Hemeroteca Municipal me doy cuenta que cuanto más acentuada es la fuga y más allá se expande el artesonado, más me recuerda todo al cuadro del Maestro. Es oscuridad y por eso estoy algo limitado, pero podría ser una postal. Así que voy a penetrarlo y ubicarme donde de ningún modo pueda estorbar. Me siento cuanto antes como en la espera de una barbería sobre un baúl encerado, al fondo, en un costado. Solo quiero estar en la penumbra con el calor mezclado con el tremendo olor a linaza. Casi no alcanzo a ver al mastín, pero sí puedo observar cómo levanta intermitente el rabo tres dedos y lo deja caer como un juguete de cuerda con el muelle estropeado. Ahora que me he hecho a la luz me detengo en esa cruz de Clavijo que recuerdo, de niño, sobre un estandarte. La veo ir y venir en los vuelos de la franela impoluta que el Maestro lleva como guardapolvo. Luego solo yo le oigo decir en el intervalo de la acción de agacharse para dejar un pincel en un frasco, es un divertimento, y como tal quiero que se asuma. Hay un taburete con cuatro velas que iluminan nerviosas un vasto espectro de óleos esparcidos por una tabla; pero la luz que lo abastece todo proviene de un ventanal que está a la izquierda. Y es cuando está poniendo un poco de orden a unas chorreras sobre el lienzo que dice bien alto, esto ya lo he vivido. Todos siguen como que han oído nada.

6 de junio de 2008

Presión


Mesina olisquea con mucho interés el codo del hombre, pues es muy posible que ese codo haya rozado sin querer algo que le recuerde a comida. La sonrisa es amplia, de reconocimiento, hacia un ser que reconforta la mirada, así que el felino lo agradecerá al poco, pasando su cola ante la pernera de alguno, para secrecionar con un efluvio la dispensa animosa de afecto. Es muy posible que para entonces haya bajado la guardia, pero se mantendrá esbelta, brillando, barnizada, parecida a un abrigo de jineta. Alguien desde el umbral dice entonces que va a la cocina. La gata se adhiere al trote ante la posibilidad de que pueda conseguir algo, pero enseguida se da cuenta que se ha vuelto invisible. El ir y venir por el piso ajedrezado lo observa desde un lateral de la nevera. Cuando el hombre ya ha completado lo que buscaba, justo en ese instante, nota una leve pero contundente resistencia en su empeine. La gata ha colocado allí su pata, ligera, perfecta y limpia; no te vayas aún, estoy aquí, parece decirle sin mirarle. Con un gesto amargo, de confusión, mueve el pie para zafarse pero la presión es la misma o aún mayor. La pata parece pegada al zapato, así que se deshace de ella con un movimiento corto, girando el tobillo. Ya estoy de nuevo, dice para tranquilizar un poco el ánimo, porque hay algo en todo eso, ya por el pasillo, que le inquieta, que no dejará de hacerlo en mucho tiempo.